Cae una hoja.
Algo no va bien. No cree en el destino, se burla de los presentimientos y detesta que cualquier aspecto de su vida quede en las caprichosas manos del azar, pero eso no impide al malestar que siente en el pecho que pasee a sus anchas, imaginando los cientos de cosas que pueden fallar hoy, todo lo que podría conseguir que su vida de un giro completo al final del día.
Han pasado más de dos horas desde que su mirada se deslizo por los apuntes -sin ser estos más que manchas borrosas de tinta- para perderse tras el cristal de la ventana, observando el parque que queda frente a su cuarto.
No es capaz de concentrarse, no está segura de si quiere intentarlo. Parece entretenida viendo las hojas caer por el agitado movimiento de los pájaros.
Los minutos pasan y con ellos la seguridad de que la tragedia se esconde mimetizada con las paredes de su casa aumenta.
Suena el teléfono. No necesita contestar para saber que él no volverá a casa esa noche. Ni ninguna otra. La media sonrisa de su rostro parece irónica, las nuevas vidas -que se abren camino a través de las cáscaras en los nidos del parque- no parecen consolarla.
Vuelve a sus apuntes. El teléfono deja de sonar.
Algo no va bien. No cree en el destino, se burla de los presentimientos y detesta que cualquier aspecto de su vida quede en las caprichosas manos del azar, pero eso no impide al malestar que siente en el pecho que pasee a sus anchas, imaginando los cientos de cosas que pueden fallar hoy, todo lo que podría conseguir que su vida de un giro completo al final del día.
Han pasado más de dos horas desde que su mirada se deslizo por los apuntes -sin ser estos más que manchas borrosas de tinta- para perderse tras el cristal de la ventana, observando el parque que queda frente a su cuarto.
No es capaz de concentrarse, no está segura de si quiere intentarlo. Parece entretenida viendo las hojas caer por el agitado movimiento de los pájaros.
Los minutos pasan y con ellos la seguridad de que la tragedia se esconde mimetizada con las paredes de su casa aumenta.
Suena el teléfono. No necesita contestar para saber que él no volverá a casa esa noche. Ni ninguna otra. La media sonrisa de su rostro parece irónica, las nuevas vidas -que se abren camino a través de las cáscaras en los nidos del parque- no parecen consolarla.
Vuelve a sus apuntes. El teléfono deja de sonar.
Violet Nightray