Lo menos frecuente en este mundo es vivir. La mayoría de
la gente existe, eso es todo.
- Oscar Wilde -
Te levantas con el quinto o sexto pitido del despertador.
Tras los cristales, nubes grises adornan el cielo y el suelo está frío bajo tus
pies. No hay café preparado, y mientras
lo preparas se te queman las tostadas. Está claro que no va a ser un buen día.
Sales de casa, ya vestida y con la mochila al hombro, y te recibe una cortina
de lluvia...acompañada de viento.
-Menuda mierda de día – mascullas, y el chapoteo de tus
zapatos sobre los charcos parece darte la razón. La tos de alguien cerca de ti
parece querer darte la razón.
Que irónico. ¿Verdad?
Hace unos años, te encantaba la lluvia. Te recordaba a
poesía, a canciones, a esa película cuyo final te hizo llorar y sonreír al
mismo tiempo. A ese libro que todavía lees cuando no quieres pensar en nada.
Hace unos años, veías el mundo de otra forma: querías ser una revolucionaría,
creías que los sueños y la realidad no están tan separados. Y te encantaba
escribir sobre cómo cumplirías esos sueños. Te veías en el espejo, y buscabas
la respuesta a quién serías dentro de diez años. Lo que no sabías es que tanto tu imaginación
como tu espejo te mentían: han pasado diez años...
... y no sabes quién eres, pero estás lejos de ser todas
esas citas literarias que nunca tienes tiempo de decir, tu estrella se ha
apagado y de lo que solías ser solo quedan los hoyuelos en las mejillas al
sonreír y unos cuantos relatos en el reverso de las fotografías de lugares que
ya no te interesa visitar. Querías gritar negro cuando todos gritasen blanco,
traer colores al mundo como las canciones de los Rolling Stones y tener la
palabra exacta en el momento menos oportuno. Sin embargo, te conformas con ser
parte del gris que lo cubre todo, fruncir el ceño cuando alguien sigue
intentando ser diferente y las palabras ya no te importan porque ya no tienes nada
que decir.
Solías tener una musa. Solías dedicarle cada noche de
invierno y las mañanas de verano. Y entonces, un día, tu mundo interior era tan
grande que tú eras demasiado pequeña para abarcarlo... y la culpa era suya, que
te susurraba al oído poemas para que tú los escribieses, que decoraba el lienzo
de tu vida dibujando en los bordes y te ataba a una existencia donde todo era imaginario. Y entonces, lo hiciste.
La metiste en la caja de los trastos viejos que ya no quieres y la enviaste al
fondo del olvido. La mataste, sin piedad, ni remordimientos.
Y solo ahora, que llueve y ya no suena como música en tus
oídos, comprendes que una vida sin soñar son demasiados años. Solo ahora, que
tus cafés ya no tienen historias que contar la echas de menos.
Gabriella Nightray
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