Soy horrendo, tanto, que doy miedo a la gente. Vivo recluido en la más bella catedral que pueda haber en el mundo, estoy condenado a la soledad. Mis únicos amigos son frías gárgolas pétreas, que nunca responden a mis plegarías. Desde los seguros muros de mi prisión, observo y envidio a todos los que pueden vivir, a todos los que pueden ser libres. ¿Sabrán en realidad cuan afortunados son? ¿podré, algún día, ser tan feliz como ellos?
Creo escuchar al viento gritando que huya, pero no puedo. En un mundo tan fascinantemente hermoso como este, no hay lugar para un mounstro como yo. Las campanas tañan sus melodías impregnadas de promesas, que me dan falsas esperanzas y la compañía de mi amo, es suficiente para que no pierda la cordura, la cordura que espero no sea otra espejismo de lo que una vez tuve y perdí.
Tallo piezas de madera y bellos cristales que rompen mi reflejo y, cuando termino, trepo a la cima de mi castillo y observo de nuevo. Observo la vida que nunca tendré, observo la vida que viviré como Quasimodo, el Jorobado de Notredame.
Violet Nightray
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