El aire está viciado. No consigo ver más allá de
una tenue luz difuminada por el espesor del humo que me rodea. Los olores se
mezclan de forma tan desagradable que me sorprende contener el vómito, aunque
sea solo gracias al ligero estado de embriaguez en el que me encuentro.
Siento a la gente demasiado cerca. Me golpean, me
rozan inmersos en sus bailes, incluso intentan hablar conmigo, pero no soy
capad de responder nada. La música dejó
de ser inteligible hace ya tiempo, no se escucha nada más allá de los gritos de
euforia y el marcado ritmo de lo que pretende ser una canción, pero que en mi
cabeza retumba como simples y repetitivos bombos.
No recuerdo por qué estoy aquí y tengo la
sensación de que eso es precisamente lo que buscaba. Una vía de escape con la
que acallar la voz que me culpaba y esconder el desastre en el que mi vida se
ha convertido en los últimos meses. Sí, eso quería.
Parece que funciona, pero no del modo esperado,
estoy tan fuera de mis misma que podría verme desde arriba y compadecerme de la
pobre chica perdida que acabará la noche arrastrándose hasta su casa para volver
diariamente a ahogar sus pensamientos en las diversiones de completos
desconocidos.
Cierro los ojos. Puede que parezca algo insignificante,
pero mis parpados hacen las veces de telón ante el gran escenario que se cierne
sobre mi; el mundo. La función acaba por unos segundos y me quedo completamente
sola, aislada de todo y de todos en una sala oscura y fría, a pesar del sudor
que empapa mi frente. Toda esa sensación de paz se reduce a un suspiro, un
suspiro en el que da la impresión de que recobraré el sentido común, saldré de
la sala y tomaré las riendas de mi vida.
Se abre el telón. Cae la ilusión.
Acepto la copa que me ofrece el camarero y alzo mi
voz para unirla al desafinado coro que me acompaña sin saber mi nombre.
Dejo pasar otra noche.
Violet Nightray
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