Cuando era una niña pequeña -inocente-, antes de irse a dormir escuchaba canciones de cuna, cuentos de hadas con amores eternos y, protegida por su colcha de algodón y un beso de buenas noches, soñaba con un mundo distinto más allá del arco-iris.
Hoy escucha malas noticias en la radio cada mañana, entrevistas interminables para un trabajo que detesta y cada noche regresa a una cama vacía, con las sábanas frías y una almohada como toda compañía.
Hace tiempo, buscaba un príncipe azul de modales exquisitos, y galantería infinita. Ahora se conforma con un susurro ronco en sus oídos, y una mano que acaricie su rostro. Y basta un beso –vacío, hueco, inútil- para que esboce una sonrisa.
No sabe dónde va, si ese es el camino correcto y si sus actos tienen algún sentido. No quiere saberlo. Piensa, luego existe, y con eso es suficiente.
Gabriella Nightray
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