Me siento en el suelo, y dejo que los fantasmas me rodeen.
Hola oscuridad, mi vieja amiga. Al final, siempre quedas tú. Y el silencio.
Siempre queda el silencio. Mi voz no sirve para romperlo, y cerrar los ojos no
te aleja. Y mientras tanto, las sombras bailan a mí alrededor. Tienen la misma
forma que solíamos tener, se sientan juntas, juntan sus cabezas para susurrar,
y se miran con complicidad. Se burlan.
Desde donde estoy sentada, no se puede ver el cielo. Hay
risas a mí alrededor. Risas nerviosas, ilusionadas. Recuerdos, que como un
disco rayado se resisten a dejar de sonar. Aun cuando ya no existen. Rozando mi
tobillo, hay un papel arrugado. Una carta. De cuando aún había algo que decir.
De cuando el silencio no era pesado. De cuando la tensión no me oprimía la
garganta. De cuando me sentía bien.
“No puedo”
“No quieres. Puedes, pero no quieres”
“No puedo”
“No quieres”
No. No quise. No. No pude. No puedo.
"Podrías
entenderlo. Ponerte en mi lugar, usar mis zapatos."
“No puedo”
No quieres.
Y ahora queda eso. Recuerdos. Fotografías. Canciones que
suenan mejor a dos voces. Y un montón de mañanas rotos esparcidos sobre el
suelo que cortan como cristales. (y duelen más que la sal en las heridas) Los fantasmas me rodean, la oscuridad me
susurra, y sólo queda el recuerdo. Y la teoría de que podría haber sido diferente.
Gabriella Nightray
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