martes, 21 de febrero de 2012

Zumo de media naranja.


Que sencillo parecía todo cuando contemplaba el mundo acurrucada entre tus brazos.  Era fácil ahogar las risas, no costaba nada esconder los miedos debajo de la almohada y nada me impedía soñar las noches de luna creciente.  No era consciente que no eran tus manos las que dibujaban la lluvia en mi espalda, sino el tiempo quién jugaba a entretejer historias destinadas  a  convertirse en páginas arrancadas de un diario.

El punto y final de nuestra historia llego una mañana de abril. Tú no eras capaz de mirarme a los ojos, y yo no cesaba de buscar tu mirada. Bailábamos una coreografía a destiempo, los acordes del violonchelo se habían trocado notas desafinadas Ambos sabíamos que era mejor acabar así, y sin embargo dolía. Me aleje de ti con los zapatos llenos de sueños rotos y frases de amor que ya no debían ser dichas bajo los labios. Rota.
Pasaron los meses. Rompí fotografías, deje que se enfriara el café de las tres una tarde sí y la otra también, escuche canciones que no hablaban de amor, busque motivos para odiarte…y finalmente pude comprenderte, perdonarte incluso. Las cadenas que a mi me protegían a ti te atrapaban. Me mirabas y no me veías. Yo ya no era yo, y tenías miedo de que tú dejaras de ser tú. Tenías miedo de ver tu agenda marcada cada día con mi nombre, y de que todo sucediese tan deprisa que un día despertaras sin recordar cómo viviste.

Que sencillo es ahora mirar el mundo desde el rincón de mí casa a dónde no llega el sol, y pensar que era mejor así. Es más fácil dormir sin sueños, y llenarme las manos de tinta buscándole un sentido a una vida demasiado corta. Ahora lo sé, y aunque nunca podre darte las gracias porque yo no lo quería, tampoco necesitaré un “lo siento”.   El ser humano vive soñando con encontrar su otra mitad para estar completo sin saber que en realidad, siempre estaremos solos, plenos sin saberlo, acompañados sólo por ese capricho llamado amor.  Por eso busco encontrarme, tal vez al otro lado de la luna, tal vez al otro lado del espejo. Y entonces, volveré a intentar perderme porque amar  es no tener miedo a equivocarse.

Gabriella Nightray

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