lunes, 27 de mayo de 2013

Postal.

Escribe y borra una y otra vez las palabras con el ceño fruncido. El reverso de cartón ya ha adquirido un tono grisáceo, sucio, que habla de una indecisión que las palabras borradas una y otra vez no deberían expresar. La punta del lápiz, hace un rato afilada, vuelve a ser roma.

"Debería haber llamado" piensa. Y suena  tan sencillo que parece lógico, solo que no lo es. Una llamada tras tantos años sin marcar ese número sería tan extraño como beber un café con sal.  No, no debería llamar. Y quizá, tampoco debería escribir esa postal, porque el paso del tiempo sigue siendo un inconveniente. A lo mejor, esas dos simples palabras que no acaba de decidirse a escribir le molestan, y su intención desde luego, no es esa.

Pero tiene que decirlas. Tiene que escribirlas. Porque significan algo: que  aunque el tiempo haya pasado, que aunque ya no recuerde con sino que recuerde a... en su momento, ese día fue importante. Qué de una manera diferente, sigue siéndolo.

Al final, no piensa. "Feliz cumpleaños", murmura para sí mismo. No escribe nada en la postal, tampoco firma. Anota una dirección, un nombre. Y sale de casa para echarla a un buzón. No es lo más valiente del mundo, y es menos de lo que debería. Pero es algo.

Quizá cuando ya no se sienta extraño al recordar, se atreva a enviar otra, con las palabras que han faltado a esa.


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