viernes, 24 de diciembre de 2010

Principio de un soneto.

Fuera llueve.
Ella está triste. Su sonrisa hace días que está apagada, vacía, y sus ojos ya no tienen aquel brillo de entusiasmo que tanto le atrajo del día que la conoció, el mismo brillo que le dio esperanzas de lograr alcanzar el olvido. Porque eclipsaba el recuerdo de unos ojos verdes.
Y él no quiere que este triste. Quiere que sonría de nuevo, que sus ojos vuelvan a brillar. Pero no puede. Es su culpa que este triste. Aunque ella no lo diga, y lo sabe pero no quiere admitirlo.
La quiere, o más bien quiere quererla. Pero cuanto más trata de olvidarla, más fuerza cobra su recuerdo. Y por eso, ella sufre. Por eso él no puede calmar su dolor.
A veces lo intenta. Fingir que la quiere solo a ella, que nunca ha amado unos ojos verdes. Que no le persiguen los recuerdos. O cuando es imposible fingir que solo existe el presente, trata de engañarse a sí mismo. Pero ella lo sabe…siente cuando él deja de verla para pensar en otra.
Y está mal.
Ella llora, él anhela. Todavía no sabe qué. Por las noches la besa, y parece que ella se olvida de su dolor. Pero el suyo aumenta. No quiere jugar con ella, se ha cansado de verla destrozada. No quiere que se marche. Siente que tiene que tomar una decisión hacer algo al respecto. No puede.
Y ella sigue llorando. Él no cesa de anhelar. El tiempo se escurre entre sus dedos, pero ninguno se da cuenta. En cambio, cada noche sueñan.
Ella sueña que todo comienza otra vez. Pero esta vez solos.
Él sueña que la chica que duerme abrazada a él es otra. Una cuya mirada nunca ha dejado de fascinarle.
Y cuando regresa él sol, los versos empiezan de nuevo, relatando el principio de un soneto. El tiempo corre más rápido, y cada grano de arena de ese reloj invisible trata de cambiar una historia que en ningún momento fue de dos.
Gabriella Nightray

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